Sentada en una silla, sola frente al champagne, hay una milonguita de muy tierno mirar. Una perla en su cara se ve lenta rodar, es la pobre mamita que llora a su nena que enfermita está... La tierna madrecita desconsolada llorando está, porque recuerda que allá en su casita, la pobre nena la llamará y en el derroche de alegría siente como un reproche: ¡mamá!... ¡mama! ... Pobre la madrecita, donde palpita tanto dolor, tuvo que dejar sola a ese pedazo del corazón. Debe bailar el tango, brindar caricias, fingir amor, nadie tiene por ella ni una palabra de compasión. Su linda nena rubia, de ojos azules de querubín, está muy enfermita, da mucha pena verla sufrir. La tierna milonguita, que es madrecita, debe sentir y en el silencio ruega: ¡Oh, Virgen mía, se va a morir!... Madrecita del alma, que así llorando estás, tan silenciosamente mientras bebes champagne, no hay uno que comprenda tu íntimo dolor, lo que pasa en tu alma, madrecita, sólo lo saben tú y Dios...