Una ordenanza sobre la moral decretó la dirección policial y por la que el hombre se debe abstener decir palabras dulces a una mujer. Cuando una hermosa veamos venir ni un piropo le podemos decir y no habrá más que mirarla y callar si apreciamos la libertad. ¡Caray!... ¡No sé por qué prohibir al hombre que le diga un piropo a una mujer! ¡Chitón!... ¡No hablar, porque al que se propase cincuenta le harán pagar! Yo cuando vea cualquiera mujer una guiñada tan sólo le haré. Y con cuidado, que si se da cuenta, ¡ay!, de los cincuenta no me salvaré. Por la ordenanza tan original un percance le pasó a don Pascual: anoche, al ver a una señora gilí, le dijo: Adiós, lucero, divina hurí. Al escucharlo se le sulfuró y una bofetada al pobre le dio y lo llevó al gallo policial... Por ofender a la moral. ¡Caray!... ¡No sé por qué prohibir al hombre que le diga un piropo a una mujer!... ¡No hablar!... ¡Chitón, porque puede costarles cincuenta de la nación! Mucho cuidado se debe tener al encontrarse frente a una mujer. Yo, por mi parte, cuando alguna vea, por linda que sea nada le diré.